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Aprovechando que vivo cerca del mar y que sólo un paseo me separa de él, acostumbro a cerrar el día sumergiéndome entre las olas mientras se pone el sol. Luego ceno ligero, curioseo la televisión y leo. Ese baño que me doy me libera de las crecientes tensiones que me acucian. Has de meter la cabeza bien adentro, al fondo, me recomienda una amiga: que el agua salada te aclare el pensamiento, que enjuague tus cuitas, que te recargue de energía positiva. Después –añade-, que el sueño se lleve la ponzoña que el día haya podido dejarte en el cuerpo. Insiste en que es necesario tomar distancia para verlo todo más nítido, más claro; que las preocupaciones lo son menos al día siguiente. Sigue leyendo