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Publicaciones de la categoría: Reflexiones

Cigarreando

07 miércoles Sep 2022

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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Empezamos septiembre. El verano oficial entra en su recta final y a mi me pilla cigarreando. Hace décadas que empecé a dejar de creer, pero ahora estoy experimentando con el budismo. No es que tenga necesidad de ser algo o de pertenecer a alguna corriente: simplemente siento curiosidad. También estoy repasando lecturas ya vistas años atrás, y me doy cuenta de que con el tiempo no solo cambian los sabores, sino muchas otras formas de percepción.

Me preparo para el otoño. Dentro de poco barreré mi rincón de escribir y le quitaré el polvo a mi sitio de trabajo; incluso deberé desenredar alguna telaraña. Mientras tanto oigo música, camino, tomo el sol, me baño en el mar y echo de menos a mis amigos ficticios y literarios. ¿Qué habrá sido de ellos?

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A vueltas sin cuento (real).

04 jueves Ago 2022

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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-Leia Organa era princesa. Por tanto, era noble; por tanto, estaba ligada a la monarquía.

Quien redunda de esta manera es mi amigo Lisardo (les refresco la memoria: Lisardo no se llama Lisardo, sino que tiene un nombre impronunciable propio de su país eslavo de origen, y eligió ese otro porque le pareció el más adecuado y porque le dio la real gana para rebautizarse; es, además, exmarinero, ex cocinero y jubilado a tiempo parcial; y gasta muy mala leche).

-Pero Leia -continúa-, todo y ser noble, se alineaba con las fuerzas republicanas. Enrique María de Borbón y Borbón fue un antepasado republicano de vuestro rey, y dicen que hasta una sobrina de Franco se hizo socialista y que su hermano aviador era también republicano.

No sé a dónde quiere ir a parar mi amigo, pero lo escucho con atención.

-Tú, que has leído mucho -continúa él, que se ha repasado casi mucho de lo impreso desde Gutemberg- conocerás la historia de maldades del tío de Hamlet, las barbaridades del derecho de pernada y reconocerás que para contar a los reyes ilustrados sobra la mitad de una mano, o más.

-¿A dónde quieres ir a parar? -le pregunto, ya que se me hace tarde.

-A ningún sitio. Y a todos. Saca tú la moralina de mi cuento.

A veces Lisardo de aburre.

-También Napoleón era republicano y se hizo emperador, y su sobrino tocayo hizo casi lo mismo -le digo.

Lisardo me guiña un ojo y me muestra la punta de su lengua.

-Te picas pero no me rebates -me dice-. Y me reafirmas en que de ovejas negras está lleno el redil.

Otro día seguiré hablando con él, pero hoy no. Me hastía con esos cuentos que no pretenden más que probarme.

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De almuerzos, prensa y tormentas (quizás no por este orden).

17 jueves Feb 2022

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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Las palabras que siguen podrán sonar a contradicción: me gusta tanto cocinar para mí, que me he impuesto desde hace unos meses comer fuera todos los jueves. Y lo estoy consiguiendo. Frecuento el bar del pueblo, al que en ocasiones voy en compañía o -la mayoría de veces- acudo solo. Un conocido me dice que comer solo es tristísimo, pero yo no estoy de acuerdo.

-El jueves -le contradigo- es el día que, entre plato y plato, me leo de cabo a rabo el periódico y me pongo selectivamente al día de lo que pasa en el mundo.

Hoy no ha sido menos. Pero primero he efectuado un reconocimiento por el comedor: falta un señor asiduo (espero que nada grave le haya acontecido) y allá veo a un matrimonio habitual y a su hija veinteañera. Más allá aún, otro hombre suelto aprovecha también para repasar la prensa. Entre el resto de mesas se ha repartido un buen número de transeúntes desconocidos -o poco vistos- con los que no hablo, como tampoco lo hago con los primeros.

Paso sobre las noticias políticas  y deportivas, sin casi detener mi mirada, y también observo que cada vez vienen más noticias del corazón -del corazón abotargado- que desecho. No me importa si se refieren a personajes regios o del populacho (con perdón). Avanzo y dos artículos llaman mi atención; empezaré comentando el segundo.

En la ciudad brasileña de Petrópolis han caído unas lluvias torrenciales que han ocasionado graves corrimientos de tierra, sepultando una parte de la ciudad y causando al menos un centenar de muertes. De no haberse dado lo trágico de la noticia, a mí Petrópolis me hubiera sonado a topónimo de una serie de animación de cuando era pequeño. Dice el periódico que la Petrópolis de ahora dista poco de Rio de Janeiro y que en sus tiempos fue la ciudad favorita de Pedro II, el último emperador de Brasil, que reinó entre 1831 y 1889. Actualmente es un centro de turismo de primer orden.

¿Algo ha cambiado en ese siglo y medio para que una tormenta arrase la ciudad? ¿O antes ya pasaban estas cosas allí? La noticia me aclara que no es la primera vez que esto sucede, como me temía: sin ir más lejos, en dos mil once hubo otra tormenta que mató a novecientas personas (¡novecientas!), y afirma el periodista que, pese al evidente riesgo, una importante parte de sus habitantes se niega a abandonarla. Yo quisiera saber por qué.

La primera noticia que he leído en el periódico -más en nuestra línea de primer mundo– decía que, pese al auge de las redes sociales, siempre es más productivo pedir un favor en persona que por watssapp. Otro día la valoraré: hoy tengo el cerebro lleno de la calamidad de Petrópolis.

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Bibliotecas de hoy en día.

01 martes Feb 2022

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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En alguna otra entrada he mencionado lo diferentes que son las bibliotecas de ahora respecto a las de mi infancia. No me refiero solo a su tecnificación (ya no existen ficheros de búsqueda con infinidad de cajones donde se amontonaban las cartulinillas en las que rezaba el historial de préstamos de cada obra), sino a sus nuevas utilidades.

Las bibliotecas siguen siendo lugares de préstamo de libros, por supuesto, a los que se ha sumado una buena colección de películas y de música. También son un punto para leer la prensa en papel y lugares de estudio y de trabajo. Hay salas diferenciadas para niños, pupitres para consultar internet y mesas con enchufes para los portátiles.

Las bibiliotecas han mejorado en muchos aspectos. Recuerdo cuando eran básicamente templos del silencio en los que una bibliotecaria se imponía como primera obligación llamarte la atención cuando murmurabas algo con alguien de tu cuadrilla. Era una mujer que no dudaba en expulsarte si no te corregías al primer aviso, y si le hacías una consulta te respondía pausadamente, susurrándote para no estorbar a los lectores. No me la imaginaba hablando de otro modo, y me intrigaba saber cómo debía dirigirse a su marido y a sus hijos en su hogar.

Hoy en día las bibliotecas también son un lugar para escuchar música. No hablo de que brinden una posibilidad extra: hablo de la necesidad forzosa de aislarte entre tus auriculares para poder gozar de una lectura sin la interferencia de voces inoportunas. Echo en falta a aquella mujer que modulaba con mano de hierro el barullo, apenas apuntaba en sus dominios. Y no me estoy refiriendo únicamete a los usuarios de la dependencia. Hoy en día son los propios bibliotecarios -no todos- los que alzan la voz para tratar a su clientela como si estuvieran despachando en un bar.

Propongo que se haga un apartado para aquellos a quien nos agrada leer allí. Una especie de burbuja de cristal semejante a las salas de fumadores en los restaurantes de hace unos años o a las UCIs de los hospitales. Una reserva para bichos raros, donde se pueda leer sin tener que castigarte los oidos al mismo tiempo.

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Visitas navideñas.

23 jueves Dic 2021

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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He decidido que, si nada lo impide, voy a encontrarme con mis amistades más próximas antes de que culminen estas fiestas, no vaya a ser que surjan complicaciones y no podamos vernos durante algún tiempo. Empiezo por Lisardo. Vive en un quinto piso al que siempre he subido a pie, por aquello de aprovechar todas las oportunidades que se me presentan de hacer deporte; pero hoy cierta dolencia incipiente me aconseja tomar el ascensor.

Me abre la puerta y cuando paso al saloncito se disculpa por el desorden que reina en la casa. Ya he dicho otras veces que Lisardo sirvió en la marina antes de anclarse a los fogones de un restaurante en tierra firme, y que por lo reducido de los camarotes siempre fue -y es- persona ordenada. Su disculpa, por tanto, carece de fundamento, como compruebo con una simple ojeada. A un lado de la sala ha plantado el pino de siempre y lo ha recubierto profusamente con cintas navideñas y bolas, como es su costumbre. Pero echo a faltar las luces de colorines con las que siempre lo completa, y se lo digo.

-Este año no las he puesto -me explica-. Ni aquí ni en el balcón. ¿No te has percatado al llegar?

No lo he hecho, por más que la ristra de luces que cada año enrollaba en el pasamanos de su barandilla era kilométrica.

-¿No te parece que son muchos los que están prescindido de ellas esta Navidad?

Debe ser como dice mi amigo, porque hasta yo -que no soy propicio a tales galas- he notado que este año las calles lucen más oscuras que en otros precedentes.

-Quizás la gente se ha vuelto más pesimista, con ese bicho que juega con nosotros al gato y al ratón estación tras estación -me brinda la explicación con la que viene conjeturando-. O tal vez sea por protestar ante esos mangantes que nos exprimen en el recibo de la luz. No lo sé de cierto, pero sea cual sea la razón, he decidido sumarme a ellos.

-Aclárame una cuestión: ¿tú lo haces porque te sientes deprimido, o por no gastar? -le pregunto.

Sus ojos se entrecierran y adquieren ese brillo gélido que usa cuando internamente me cataloga en el grupo de los simios más rematadamente torpes que pueda haber en la creación (con perdón de los pobres simios, en general).

-Lo hago porque me sale de las narices -me responde, absteniéndose excepcionalmente de usar soeces vocablos de mayor calibre-. Y porque, sea cual sea el motivo de los demás, esta vez voy a solidarizarme con ellos.

-¿Sin conocer su motivo real?

-Sin conocerlo. ¿Pasa algo?

Se que la expresión de desafío que me dedica se diluirá rápidamente de su faz y que enseguida me convidará a una cerveza bien fría, pero no puedo dejar de preguntarme qué fue lo que vi en este tipo irascible para tenerlo como amigo. Tal vez sea porque en la vida cada cual da con lo que se merece, y a mi me ha caído en gracia Lisardo.

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Otra vez es casi invierno.

23 martes Nov 2021

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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Hace días que llegó el otoño y el invierno se vislumbra a menos de un mes vista. Las hojas de los árboles se han tornado ocres y se disponen a perecer, dejando desnudo su asidero, pero el cambio de estación no ha empezado a notarse con toda su crudeza hasta hoy. Créanme, no le veo nada de bucólico al frío. Soy persona de veranos y playas, y siempre he soñado con retirarme a pasar mis últimos años en un lugar tropical. Me asemejo más a las cigarras que reviven con el buen tiempo; unos bichos sobre los que escribí hace algún tiempo, y que -¡qué quieren que les diga!- siguen siendo mis favoritos.

Me encanta recorrer las calles recogiendo cosas de aquí y de allá, pero este clima destemplado que se avecina me coarta y me limita, y aparco mi moto. De entre lo poco bueno que trae la estación está el recogimiento que te sume en un estado de ánimo propicio para teclear. Así que aquí estoy, a los mandos de esta maquina que me permite narrar, a veces solo para mí. Pienso en mis compañeros de vivencias -en mis personajes- y me da por fabular irrefrenablemente qué habrá sido de sus vidas estos últimos meses.

Pero me freno y los dosifico, para que sus aventuras me alcancen hasta la primavera, que será cuando los vuelva a abandonar.

En breve empezaré con ellos.

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Por qué prefiero películas basadas en novelas.

04 miércoles Ago 2021

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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cine y libros, por qué prefiero películas basadas en novelas

Una novela ha de resultar creíble, ya narre una historia ambientada en el imperio romano, sea una obra de ciencia ficción, un drama del siglo diecinueve o un relato erótico. La novela negra no podría ser menos, y a las películas del mismo género les ha de ocurrir lo mismo. De ellas hablaré al final de estas líneas.

La novela negrocriminal –término acuñado por un famosísimo y por desgracia desaparecido experto de nuestro país- ha de enganchar. Para ello debe contar, en cualquiera de sus variantes, con determinados ingredientes en ocasiones no fáciles de combinar, ya se trate de novela negra por antonomasia, novela enigma tradicional, novela policiaca, de suspense o cualquier otra que se pueda incluir en el género negrocriminal. No hablaré ahora de mis publicaciones, sino de cómo me agradan a mí las publicaciones de este género y, por extensión, de cualquier otro.

Debe existir un equilibrio entre trama y literatura: entre lo que se cuenta y cómo se plasma sobre el papel o la pantalla. La historia ha de ser atrayente, incluso buena. O muy buena. Ha de ser creíble, como dije antes, y entendible. La temática será seguramente reiterada –desde Caín y Abe, no se ha desbancado al más execrable de los crímenes crimen- pero no lo será la historia particular.

Los personajes son de lo más importante, ya que otorgan la particularidad a lo que se narra: es lo que les pasa a ellos, son quienes particularizan los sucesos. Pero sin historia no hay novela, por supuesto, y el modo en que se escribe lo es casi todo. Hay novelas que se centran sucintamente en los hechos, otras que preferentemente abordan el entorno. Hay novelas donde parece que se levante mera acta de cuanto sucede, mientras que en otras se hace literatura. La gracia está en cómo se combinan ambos ingredientes: forma y fondo. Un acertado equilibrio mantiene el interés y permite seguir la lectura sin perderse.

A mí me agradan los giros inesperados, pero no inesperables. Tampoco necesitamos ir de sobresalto en sobresalto a medida que pasamos páginas. Crónica de una muerte anunciada narra un asesinato que desde la primera línea sabemos que vemos que se va a producir, y se produce. No me llaman los prestidigitadores de la pluma que hacen aparecer un detalle al final que no viene a cuento pero que trastoca todo lo escrito. Un final ha de irse construyendo, aunque sea sutilmente, y debe ir alentando al lector a adelantarse a él, creando sus propias hipótesis: varias hipótesis, no una. Si solo hay una hipótesis, confirmada al final, la novela podría ser aburrida (salvo que su interés devenga de algo distinto a disfrutar de una mera intriga).

Valoro las formas de escribir y me agradan las particularidades. Uno de mis autores favoritos construye diálogos seguidos, sin puntos aparte ni guiones y siempre puestos en cursiva. Choca la primera vez que se ve, pero acierta con ellos y le confieren un valor diferenciador. También me agradan aquellos escritores que directamente narran los diálogos. En todo caso, la corrección de una novela es fundamental. Un error tipográfico hace daño al ojo y una falta ortográfica lo lesiona. Si ya son muchos, lo ensangrientan. Una maquetación deficiente resta calidad a la trama y aruina una novela.

Luego vendrían la publicidad y la distribución, pero son aspectos de otro costal de harina, sobre los que reflexionaré en otro momento. Ahora regresaré al título de este post.

Es evidente que la novela se hace de palabras y el film se construye con imágenes, y tanto una como otro hacen fluir hasta el final. Pero, para mi gusto, las páginas son más sugerentes, más propicias a la subjetividad del espectador. Si en una novela ha de existir una lógica entre el transcurso y el final, sin chirridos, en una película sucede lo mismo. No hace gracia tener que volver atrás para hallar el punto en el que nos perdimos, hace ya unos cuantos capítulos o secuencias.

Si uno no se distrae mirando las musarañas mientras ve un film, difícilmente no llegará a la conclusión que buscan el guionista y el director; el cual, dicho sea de paso, viene reforzado por la espectacularidad de las imágenes, donde no nos imaginamos a los personajes, sino que los vemos interaccionar. En el libro pasa diferente. Para que el lector entrevea lo que se quiere narra e imagine la acción, hay que describir, pero sin aburrir. Y la historia ha de ser lo suficientemente compleja para conseguir aquella espectacularidad y evitar que se deje olvidado el volumen en el primer rincón, al cabo de unos pocos capítulos.

Escribir para sugerir es más difícil; y de aquí vengo a concluir -en muchos de los filmes que presento en este mismo lugar- que se nota cuando una película deviene de una novela previa.

Continuaremos hablando de estas cuestiones en otra ocasión.

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Literatura en negro.

27 martes Jul 2021

Posted by Martín Garrido in En lectura, Noticias, Reflexiones

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La transparencia del tiempo, Leonardo Padura, literatura negra

Hace poco escribía en estas páginas, sintética y escuetamente, acerca de qué me motiva a leer unas u otras novelas. Concluía enunciando las características de mis lecturas favoritas, de aquellas novelas que de verdad me deleitan. Debo añadir que soy persona de simultanear relatos. Ya sé que algunos lo verán inaudito y que otros juzgarán propio de quien se aburre con lo que lee. No es así: yo simultaneo incluso las novelas que me enganchan. Y, entre medias, hasta escribo algunos párrafos, créanme. Cada cual posee su particular idiosincrasia y esta es una de las características de la mía. Qué le voy a hacer…

Puede ser una imagen de anteojos y libro

Todo lo anterior no tiene más finalidad que venir a anunciar que hoy he acabado La transparencia del tiempo, de Leonardo Padura, la cual llevaba un mes en el montoncito de encima de mi mesita de leer por la noche. Y he de decir que me ha encantado.

La transparencia del tiempo es la penúltima -creo- aventura de Mario Conde. Mario es un ex policía cubano en tiempos de transición política y personal, como supongo que debe estarlo mucha gente en la isla; como lo estuvo mucha gente también en estas otras latitudes mías (otro día hablaré -o no- de ello). Puesto en sus sesenta años, Mario se dedica en la actualidad a «traficar» con libros de viejo y de vez en cuando acepta un encarguito como detective privado, que le permite regalarse algunos excesos económicos. En esta ocasión es un compañero de preuniversitario el que reclama servicios.

En síntesis: el amigo es un nuevo rico cubano al que un amante ha expoliado diversas obras de arte, entre ellas una virgen de madera de valor incalculable. Conde ha de encontrar al amante y también la talla. El ex policía se sumerge en el mundo lumpen cubano y a su paso van aflorando mafiosos y cadáveres, incluido el del amante del amigo robado. Paralelamente se va tejiendo, marcha atrás en el tiempo, la historia de la famosa virgen, en un recorrido que transita desde la guerra civil española el medievo feudal catalán. Todo ello regado con un abundante repaso de la situación de la isla en dos mil catorce: Padura hace en La transparencia del tiempo un retrato de feroz contraste entre los ricos post revolucionarios y los paupérrimos barrios de barracas próximos a Santiago. Y un retrato, también, de desilusión entre quienes creyeron en la revolución y ahora ven desertar a sus amigos.

La historia ocupa cuatrocientas y pico páginas que podrían ser menos, si solo se tratara de relatar la trama negra que la vertebra. Pero para mi gusto no sobra ni un solo renglón. La transparencia del tiempo es pura literatura. Negra, social, sí; pero literatura con mayúsculas.

Lectura digna de saborear, de estirar noche tras noche, día a día.

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Por qué me paro a leer

19 lunes Jul 2021

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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Hay libros que se leen por compromiso. Alguien te regaló el volumen y sabes que un día u otro te preguntará qué te ha parecido, y sientes que sería descortés no haberlo hecho o decirle que solo llegaste a la mitad -o a menos- antes de relegarlo al olvido en algún estante de por casa. También es posible que te hayas comprometido con algún amigo a una tertulia entre dos sobre tal o cual título o autor, o que estés vinculado a un club de lectura y no quieras caer en falta. Puede, incluso, que leas profesionalmente, como los editores o los correctores. Lecturas, como decía al principio, por compromiso.

Otros libros los lees por una poderosa curiosidad por saber cómo escribe ese autor tan renombrado; o porque –bendito sea el caso- no puedes levantar la vista de las paginas hasta que no sepas si aquella pareja fue feliz, o si consiguieron huir a tiempo, o si lograron desenmascarar al asesino. Son los libros y los autores que te atrapan por su trama.

En otro estadio se encuentran las obras que te atrapan por el modo en que están escritas. Llega un momento en que la trama pasa a un segundo plano y lees por seguir sumergido entre sus renglones placenteros, página tras página. Te deleitan las frases, los vocablos; o te llama poderosamente el modo novedoso en que se explica la historia, se narran los escenarios o se construyen los diálogos; da igual que el cuento acabe así o asá. Estos son los libros que conforman la literatura.

De todos ellos, estos terceros son mis favoritos. Incluso en novela negra.

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De modernidades.

21 lunes Jun 2021

Posted by Martín Garrido in Reflexiones

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Dicen que cuando alguien te pide disculpas por anticipado, es que va a clavártela con premeditación. No me va lo soez en lo literario, salvo que sea necesario para dar vida al texto. O lo que es lo mismo: seré soez sí o sí, si me conviene. Así que me armo con esta licencia y recurro a una frase muy fascista y muy del siglo pasado, que decía que “salvo mi madre, mi hermana y mi novia, todas golfas”. Vayan por delante mis disculpas, enseguida les digo a qué se debe este atropello al escribir.

Todo viene a que esta mañana oigo a un señor -más o menos de mi edad; es decir, tirando a viejo- mientras departe con un conocido. Es de hechuras toscas y modos francos, y salta de un tema a otro. En un momento dado se jacta de ser el amo de una cuadrilla de empleados a los que muy a menudo remunera en negro. Después -ya he dicho que iba de salto en salto, en una larga conversación que involuntariamente sigo- su discurso prosigue por otros derroteros, y sin que yo sepa a santo de qué, saca a colación a sus nietas. Me entero de que son buenas estudiantes y más espabiladas que sus hermanos y primos. A una, que está en los dieciséis, este fin de semana le ha hecho de taxista, llevándola a cierta fiesta junto a otro par de amigas.

-A cada cual más corta –ha comentado a su contertulio, y me he preparado para oír el consabido soniquete machista.

Pero no. Ha dicho el hombre que claro, que la chica está en la edad, y que con las necesidades de las jóvenes de hoy no hay que manejar diferente rasero que con las de los muchachos de su edad. Yo, que he sido padre de adolescentes, coincido con él, y me congratula su modernidad y tolerancia. Este hombre ha desterrado aquel planteamiento machista que nombré al iniciar estas letras. Progresamos, pienso.

Pero de pronto me asalta una duda: si la muchacha en cuestión no fuera su nieta, ¿sería tan meridianamente tolerante?

-No seas mal pensado -me recrimino.

Pero entonces recuerdo a esos empleados que él remunera en negro, y me pregunto si alguno de ellos será mujer. Y -puede que injustificadamente, no lo niego- la modernidad de este hombre se me viene al suelo.

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Este es el blog de alguien a quien le gusta escribir. Aquí publico relatos, hablo de mis libros y de novelas y películas que me han agradado, de cosas que me impresionan y comento algunas vivencias. Te invito a seguirme.

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