Escribí no hace mucho que en absoluto me apetecería asistir a ningún evento, ni visitar sitio alguno, al que también fuera invitada Jessica Fletcher. Leí -en una estadística de 2016 para España- que las probabilidades de morir por causas diferentes a las intrínsecas del organismo humano (o de muerte natural, dicho llanamente) no llegaron ese año al 4% de los fallecimientos totales. De todas éstas, sólo el 1’8% lo fueron a causa de una agresión (por asesinato u homicidio) [Fuente: La Vanguardia, 23/10/18]. Pero parece ser que si viajas con la afamada escritora de novelas, tus posibilidades de engrosar ese 1’8% se multiplican desorbitadamente.
Últimamente he hablado de series negrocriminales en estas páginas. Me suelen interesar -casi exclusivamente- las que se basan en una saga de novelas. No es que las busque ex profeso, pero a menudo me ocurre aquello de que donde pongo el ojo, pongo la bala: detrás de una serie que me gusta, suele haber la correspondiente novela. Es algo que intuyo en la construcción de la trama.
Pero de lo que quería hablar era de protagonistas de series: de esos personajes que van por el mundo tropezando con cadáveres. A groso modo, y sin pretender ser en absoluto riguroso, establezco dos tipologías: la del profesional del crimen, y la del mero aficionado. En el primer saco pongo a policías, forenses y médicos, jueces y fiscales, abogados, detectives privados y profesionales -más o menos afines- a los que, por competencia laboral, no les queda otro remedio que toparse con la muerte violenta (o son susceptibles de ello en mayor porcentaje que el resto de mortales).
En un segundo grupo pongo a esos otros personajes que se dedican a actividades varias que, en principio, no se relacionarían con la luctuosa actividad de esclarecer homicidios. Aquí estaría la mayoría de profesiones de este mundo: incluso la de sacerdote, como se ve en el padre Brown. Pues bien, entre ellas parece destacar el oficio de escritor: para muestra, la referida señora Flecher.
¿Es creíble esa sucesión de personajes amateurs dedicados lúdicamente a desenmarañar crímenes? Para mí no lo son (dicho queda). Y, sin embargo, Angela Lansbury protagonizó ni más ni menos que 264 capítulos de Se ha escrito un crimen.
Diré que la escritora podría estar inspirada en la miss Marple de Agatha Christie, y que el padre Brown es el protagonista de las novelas de G. K. Chesterton. Pero ¿cuál es el secreto de Jessica Fletcher? Algún día me pondré a pensar en ello; y si alguien ya se ha formado una idea, que me la escriba aquí, por favor. Sólo diré que al parecer resultan atrayentes los protagonistas de series que se ven abocados a investigar los crímenes que se le presentan, a ineludible salto de mata, en el devenir cotidiano de su vida particular.
Por poner otros ejemplos de caballeros andantes del delito -que vienen a desvirtuar lo afirmado por mí dos párrafos por encima de éste- se me vienen a la cabeza, además de la Fletcher, otros dos casos: el de Los cinco, de Enid Blyton –en la literatura infantil- y el propio teniente Colombo, que ni de crucero ni de boda podía irse sin que le apareciera un asesinato que resolver.
Algo de creíble ha de tener el personaje, por tanto. Aunque la estadística no le acompañe.
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