-Leia Organa era princesa. Por tanto, era noble; por tanto, estaba ligada a la monarquía.
Quien redunda de esta manera es mi amigo Lisardo (les refresco la memoria: Lisardo no se llama Lisardo, sino que tiene un nombre impronunciable propio de su país eslavo de origen, y eligió ese otro porque le pareció el más adecuado y porque le dio la real gana para rebautizarse; es, además, exmarinero, ex cocinero y jubilado a tiempo parcial; y gasta muy mala leche).
-Pero Leia -continúa-, todo y ser noble, se alineaba con las fuerzas republicanas. Enrique María de Borbón y Borbón fue un antepasado republicano de vuestro rey, y dicen que hasta una sobrina de Franco se hizo socialista y que su hermano aviador era también republicano.
No sé a dónde quiere ir a parar mi amigo, pero lo escucho con atención.
-Tú, que has leído mucho -continúa él, que se ha repasado casi mucho de lo impreso desde Gutemberg- conocerás la historia de maldades del tío de Hamlet, las barbaridades del derecho de pernada y reconocerás que para contar a los reyes ilustrados sobra la mitad de una mano, o más.
-¿A dónde quieres ir a parar? -le pregunto, ya que se me hace tarde.
-A ningún sitio. Y a todos. Saca tú la moralina de mi cuento.
A veces Lisardo de aburre.
-También Napoleón era republicano y se hizo emperador, y su sobrino tocayo hizo casi lo mismo -le digo.
Lisardo me guiña un ojo y me muestra la punta de su lengua.
-Te picas pero no me rebates -me dice-. Y me reafirmas en que de ovejas negras está lleno el redil.
Otro día seguiré hablando con él, pero hoy no. Me hastía con esos cuentos que no pretenden más que probarme.