
-Dime: ¿a ti por qué te gustan las novelas criminales?
La pregunta me la hace mi amigo Lisardo. Sepan que, además de ser un cocinero bastante apañado –no diré un chef, pero sí apañado-, Lisardo ha leído mucho. ¿Qué otra cosa me quedaba que hacer cuando estuve embarcado, entre turno y turno en la cocina?, me ha recitado en bastantes ocasiones. El caso es que ha leído de todo y me confiesa que –entre cuanto hay escrito- sus favoritos eran y son las novelas de aventuras y, a continuación, algunos autores sudamericanos: los que él denomina mágico-trascendentales. Así los llama y les confieso no haber oído esa expresión en boca de nadie, con anterioridad. Autores como García Márquez, Laura Esquivel o Isabel Allende.
Pero volvamos a su pregunta.
-La novela criminal es, por regla general, un relato de muertes –le digo-. De cuanto puede hacer una persona, nada hay más al límite que quitarle la vida a alguien. Y si las muertes son múltiples, o si devienen genocidios, estamos ante el mayor de los delitos y de los pecados.
-¿Por eso te gustan las novelas criminales? –vuelve a la carga-. ¿Porque se mata a la gente?
Por supuesto que no; si así fuera, lo que en realidad me iría sería el género gore.
-En la novela criminal, lo importante es que siempre hay alguien que, de un modo u otro, trata de resolver el crimen. Si matar no fuera éticamente reprobable, la novela criminal no existiría.
-Pero hay novelas criminales sin muertos. También novelas en las que no se resuelve el delito cometido. Y otras acaban rematadamente mal, hasta te dejan mal cuerpo.
-Claro que sí –reconozco-. Pero la idea de lo reprobable subyace, ya sea respecto al asesinato o a otros crímenes.
Llegado a este punto me detengo, porque me viene a la mente una de esas películas que tanto me han gustado en los últimos años: El reino. Recuerdo las vicisitudes del protagonista, que ve cómo se pone su vida en peligro. Y vuelvo a ver la escena final, donde la periodista que le entrevista –cuando decide tirar de la manta- le recuerda que él no es un héroe, que en realidad es un chorizo tan chorizo como los que han intentado acabar con él.
En realidad, la película es un toque de atención: esa mujer de ficción se plantea recordárnoslo a los espectadores, no sea que alguno nos despistemos. Que hay que huir -como del diablo- de justificar o de mitificar a chorizos. Sean quienes sean. No vaya a ser que los normalicemos y hasta les levantemos pedestales.