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-Te concedo que la valentía es imprescindible para solucionar los problemas.
A veces obtengo una fuente de sapiencia confrontando a mis amigos, y hoy es Teresa quien responde a Alejandro. Les refresco la memoria: Teresa es una amiga que algunos calificarían de neoliberal, y Alejandro es el octogenario con quien departo en bastantes ocasiones. Es ella quien ha respondido a mi amigo.
-Pero no siempre debe ser uno quien se exponga -la mujer matiza su aseveración.
Le diría que su afirmación choca con su harta convicción del individuo que se hace a sí mismo, se gestiona a sí mismo y se defiende a sí mismo. Pero Alejandro -que la ha visto venir desde el minuto cero, en que los he presentado- se me adelanta.
-La cultura del miedo no tiene que ver con lo que en realidad pasa, sino con lo que se dice que pasa -afirma él, y le hace una pregunta-: Por ponerte un ejemplo, ¿tú sabes cuántos robos se cometen de cierto al cabo del año en tu barrio?
Muchos, dice Teresa.
-¿Muchos? ¿Cuantos son muchos? ¿Más muchos que hace una año o menos muchos que entonces?
Ella no tiene el dato, pero tampoco le caben dudas: más que antes.
-Ta habrás puesto alarma, supongo.
-Por supuesto. La administración es incapaz de protegerme.
-Sin embargo, llegado el caso, la central de alarmas llamará a la policía. Pero dime, ¿cuantos intentos de robo has padecido desde que tienes alarma?
Ninguno, dice ella: precisamente porque me he puesto alarma.
-Pero se de muchas personas que sí. Bueno, yo no lo sé, pero la gente sabe de ellas.
A veces -pienso- me fascino de la rapidez con la que aparece el vendedor de alarmas cuando se ha cometido un robo en el barrio (o cuando se dice que se ha cometido).
-Hay más gente que vive del miedo -sigue Alejandro-. Existe una caterva de aspirantes a mandatarios que, a falta de nada mejor que ofrecer, prometen seguridad. ¿Hay algo más subjetivo que la sensación de inseguridad? -dice mi amigo-. Pocas cosas son más veleidosas, y al tiempo enervantes.
-Pero a la gente la roban y la matan.
-Sin duda, y hay quien ocupa propiedades ajenas -sabe Alejandro-. Pero pongamos cada cosa en su sitio: a esta caterva -sé que habla de los políticos- le importa un bledo solucionar el problema. En realidad, el único que les atañe es el de llevarse un sueldo que en su puñetera vida lograrían ni con su formación ni en un trabajo útil. Y si para ello es preciso fomentar la existencia de los problemas, no dudan en ser los primeros en hacerlo.
Pero si el trabajo que hacen no es el de aportar soluciones, no es útil, concluye Alejandro. Y si no es útil, tampoco es digno: vendas lo que vendas.