Día setenta y seis del año nuevo.
Lisardo se jubila. Me lo ha dicho esta tarde, mientras nos tomábamos unas cañas en nuestro bar de invierno. Me he quedado sorprendido al principio, ya que lo hacía más joven: a lo sumo le echaba dos o tres años por encima de los que yo tengo. Aún me quedo más pasmado cuando me dice que en realidad es así y que todavía le falta un tramo para alcanzar la edad del retiro forzoso.
-Pero me voy –se reafirma.
Le informo, por si acaso no lo sabe, de que va a perder un dineral en la paga que le correspondería si cumplimentara toda su vida laboral. Se encoge de hombros. Sólo se vive una vez, Martín -me ha respondido. ¿Tan harto estás?, le he preguntado, y me dice que un poco sí.
-Echarás de menos la cocina –auguro.
Me mira y empieza a salirle esa expresión que tanto me fastidia, la de cuando pretende denotar que no me entero de nada, que me chupo el dedo.
-¿Quien dice que voy a dejar la cocina? Lo que voy a dejar es de cotizar.
-¿Vas a trabajar en negro?
-Por supuesto. ¿Te extraña?
Se me cae el mundo encima. Lisardo será como quiera, pero no me esperaba esto de él. Se da cuenta y su expresión va variando a divertida a medida que la censura se empieza a dibujar en mi rostro.
-¿Acaso tú sabes cuánto vas a vivir, Martín? ¿Por qué te empeñas en ponerle dinero al Estado cuando igual vas y mañana la espichas? ¿A dónde irá a parar todo lo que hayas acumulado hasta entonces?
No me convence, pero no me da ocasión de decírselo.
-¿Sabes a dónde iría a parar? –me desafía-. Al bolsillo de algún mangante, ten por seguro que es ahí a donde iría a parar. O se lo gastaría el gobierno de turno en cohetes y en vino. Así que me planto, ya he contribuido lo suficiente. Viviré de mis jornales y ahorraré mis impuestos.
-¿Y si te da por llegar hasta los cien años, qué? ¿Con qué te mantendrás entonces? ¿Quién te recogerá de la calle, quien te llevará al médico?¿O pretendes convertirte en un parásito?
Sus ojos ya no son divertidos.
-Martín, estoy seguro de que te creíste de pequeñín aquella farsa de la cigarra y la hormiga, ¿a que sí? Te garantizo que no fueron las hormigas quienes inventaron esa historia. Hasta puede que lo hicieran las cigarras. Y como que ya estoy harto de mantenidos, he decidido dejar de subvencionar a mangantes, ¿me entiendes?
La ira empieza a anegar sus ojos. Me da la impresión de que tras su decisión hay hay algo que no me cuenta.
-Yo conozco a muchas cigarras de dos piernas -prosigue- que se pasan días y días y años y años chirriando en los mentideros, o de fiesta en los puestos de mando. Deserto de subvencionarlos. Y que sepas que la fábula no es más que un engañabobos, que la cigarra no se muere cuando llega el invierno: es uno de los insectos que más años vive. Si no me crees consúltalo en alguna de tus bibliotecas.
Lo haré, pero sigo sin estar de acuerdo con él. Creo que fue con mucho esfuerzo que se hizo el fondo de pensiones y también pienso -por mucho que a veces me asalten dudas cuando leo lo que leo y veo lo que veo- que debemos ser solidarios los unos con los otros. La actitud de Lisardo me parece reprochable, aunque presiento que cada vez hay más escépticos e insumisos sociales. Pero hoy no es día de atizar la discusión. Tal vez mañana.