Día setenta del año nuevo.
Seis de la tarde y los día ya van alargando. Un hombre me habla.
-Creo que soy bueno para recordar caras, pero casarlas con nombres o asociarlas a lugares ya es otra cuestión, de lo que viene a resultar que sepa que a tal espécimen lo conozco de algo pero a veces no sé de qué en concreto, no porque con la edad me vaya fallando la memoria, pues siempre sé casar la faz de tal o cual individuo con la impresión que me dio antaño y que almacené en el cerebro o al fondo de mi estómago, y llegado el momento soy capaz de recuperar y distinguir si vale la pena volver a dirigirle un buenos días o un buenas noches, lo que incluso me ha hecho intuitivo y ya me pasa con quienes descubro, todo y que soy escéptico y que cada vez me importa menos la gente, aunque de tanto en tanto me lleve alguna sorpresa.
-¿Siempre ha sido usted así? -meto baza, y el viejo que tengo delante me mira con ojos grises.
-Siempre, y con los años estoy yendo a peor, aunque resulta paradójico que quienes me rodean dicen que soy un tipo de buen trato, opinión que en absoluto comparto y que incluso miro de no cultivar, de lo que viene a resultar que el número de mis conocidos es amplio, por razones que ahora no vienen al caso, pero mi círculo de allegados, que no amigos, está más parejo con el de vértices de un triángulo que con el de puntos de un redondel, pero aún así aún mantengo cierta expectativa y, a pesar de que a usted nunca antes le conocí, aquí estoy dándole cháchara.
La sección de periódicos y revistas de mi biblioteca está plagada mañana y tarde de gente de edad, sobre todo cuando arrecian los rigores del verano o los del invierno. Ahí es donde conozco al curioso octogenario con quien ahora departo, algún día acabaré de relatarles el extraño modo en que principiamos a trabar conversación. Le llamaré Alejandro, por ponerle un nombre. Es de naturaleza solitaria pero de verborrea acelerada y conserva un físico excelente para sus años. No le agradan ni el fútbol del bar ni el dominó ni las cartas del hogar del jubilado, porque para esos lugares se requiere de ciertas habilidades sociales que, como ya se ha dicho, él rehuye. ¿Entonces en qué se distrae?
-Leo.
Me sorprende con esta frase poco más que monosilábica e imagino cuánto se recoge en ella. Lee, me asegura. Empezamos bien.