Teresa me dice que está tomándole gusto a salir a caminar y me requiere a que lo haga con ella. Yo he de excusarme -de momento- porque una ligera dolencia me tiene apartado de ese ejercicio que tanto me agrada. Se conduele conmigo -son sin un cierto deje de menosprecio, todo hay que decirlo- y aprovecha para contarme cuánto le llena esta nueva actividad; a la que, por cierto, la animé yo a entrar a pesar de sus resistencias.
-En cuanto le has tomado el tranquillo ya vas en automático, y te puedes dedicar a pensar. Es como meditar mientras te da el sol. Si eliges un buen lugar, sin tráfico y sin posibilidad de perderte, sólo has de verificar de tanto en tanto que el ritmo y la respiración son adecuadas, y te lanzas a reflexionar. A mi me va bien para la cabeza y para las gorduras, que a estas alturas hay que mantener a raya.
Le pediría que me especificara si se refiere a conservar la linea o el intelecto -les puedo asegurar que las caminatas son buenas para ambos, y también para olvidar-, pero ella se adentra en otros derroteros sin darme la oportunidad.
-¿Has visto a todos esos que van con los auriculares siempre puestos? ¿Tú te crees que pueden pensar en algo?
No sé qué decirle, yo mismo me había puesto música más de una vez mientras me ejercitaba, incluso lo había hecho al estudiar en mis tiempos mozos.
-A mí me recuerdan a aquel tango -prosigue ella-, creo que es un tango, ¿no?, aquel de los ejes. Por que no engraso los ejes me llaman abandonao, si a mi me gusta que suenen, pa que los voy a engrasar -me canturrea-. ¿Sabes cuál te digo?
Sí, lo sé, y sé a donde va a parar ella. Porque en la tercera estrofa dice algo así como: No necesito silencio, yo no tengo en qué pensar; tenía hace tiempo, ahora ya no pienso más. Aquí les dejo donde pueden oírlo. Y por si acaso le cambio el tema a mi amiga: no quiero profundizar más en sus reflexiones extremistas, ya sé de sobra a dónde conducen.