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fragmento novela, no hay lugar para la poesía, novela negra, robo
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Junio de 1958
Ajenos a las cavilaciones obsesivas de su cómplice, Enrique y Bernardo alcanzaron el terrado y sortearon tabiques a medio levantar, gavetas, sacos y materiales de obra. Cada uno llevaba una linterna cuadrada a las que habían comprado pilas nuevas, pero no las prendieron para no delatarse. Fueron tanteando el terreno con cuidado hasta llegar al muro que los separaba del edificio contiguo. Enrique entrelazó ambas manos, las ofreció para que su compañero apoyara un pie y lo impulsó mientras trepaba. Pasó las herramientas y el otro le ayudó, izándolo de los brazos. Sigue leyendo