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El efecto dominó, fragmento, martín garrido, novela negra, novela policíaca
Un fragmento de El efecto dominó.
1942
Se detuvo el Hispano-Suiza ante la cancela de la fábrica y la luz de los faros iluminó el patio a través de los barrotes. El vigilante asomó del otro lado, abrigado en un grueso tabardo militar, reconociendo al vehículo y a su conductor. Descorrió los pasadores que atrancaban el enrejado y empujó las puertas. Se mantuvo a un lado mientras el automóvil franqueaba la entrada, rodando por el patio el corto espacio que le separaba hasta el cerrado portalón de hierro enmarcado por la fachada de ladrillo, donde se paró de nuevo sin que descendieran sus ocupantes. El vigilante cerró la verja, anduvo en pos del coche y, al pasar a su lado, ojeó disimulado a través de las lunas. El conductor aguardaba a que la puerta fuera abierta. Sus dos acompañantes ocupaban el asiento posterior.
Atinó el portero con el ojo de la cerradura e hizo girar la pesada llave que había extraído del bolsillo. Empujó el portón hasta llevarlo contra la pared interior, alzó el pasador que anclaba la otra hoja al pavimento y repitió la operación. El coche avanzó hasta entrar en el edificio. El chofer apagó el motor y se apeó sin desconectar las luces, caminando hacia el portero, parado en la puerta.
–Cierra –ordenó–, pero no eches la llave. Y no te vayas a dormir todavía: esperamos una visita y tendrás que volver a abrir. Sigue leyendo