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Desayuno donde siempre y -¿cómo no?- pego la oreja a una conversación que dos hombres de edad entablan en la mesa contigua. Una persona ha de tener treinta años para saber hablar y sesenta para aprender a callar, dice uno. Yo, que ya voy camino de la segunda de esas cifras, le presto atención. Descubro que no se refiere a que con el tiempo se gana en prudencia, ya sea por no meterse en problemas o para ser dueño de los propios silencios. No, ese hombre experimentado de al lado se refiere a callar para saber escuchar: está hablando de comunicación y de empatía. Sigue leyendo