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El calor de Agosto es menos agobiante si uno está de vacaciones, preferentemente tumbado sobre la arena de una playa tranquila o en una hamaca al borde de la piscina. A ser posible deleitándose en las páginas de una lectura refrescante, entre baño y baño. Sin embargo, también existen alicientes para cuantos seguimos trabajando en la ciudad. A partir de la segunda semana del mes –y durante unos quince días- el ambiente urbano se ralentiza. Muchos han marchado, es más fácil estacionar el vehículo y los paseos, a una hora prudente, se tornan más sosegados. Las terrazas de los bares se hacen accesibles –si no habitas una urbe eminentemente turística, por supuesto- y hasta es posible monopolizar el banco de un parque público. Las viviendas que colindan con la tuya quedan temporalmente vacías y vuelves a sentir el placer del silencio nocturno. En fin, una gozada.
(Ya dicen, y con razón, que el que no se contenta es porque no quiere.)