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Tendríamos que haber aterrizado en Madrid a última hora, justo para correr a la terminal de vuelos internacionales -escaleras, pasillos, ascensores, trenecillo y más escaleras y más ascensores y pasillos- donde enlazaríamos con el vuelo a Santiago de Chile. Pero nuestro avión llegó con retraso y, a su vez, el piloto del que nos habría de transportar decidió partir puntual, sin esperar a los rezagados.
Una sonriente azafata de tierra nos informó con templanza que habíamos perdido el vuelo. Yo soy de naturaleza estoica y, dicho sea de paso, me cautivó la muchacha. Pero Lisardo se revolvió como un escorpión, azuzado por aquella misma sonrisa que intentaba ser amable y que a él le supo a burla; y respondió: no, el vuelo lo habéis perdido vosotros, cargando toda su educada mala leche. Sigue leyendo