He tenido la suerte de viajar varias veces a Chile en los últimos años. Centrado en Santiago -por motivos profesionales- dos cosas me han impresionado: la carga histórica de la ciudad, representada por el propio palacio de la Moneda (frente a la puerta principal hay una estatua imponente de Salvador Allende); y la diversidad de ambientes. Santiago es enorme, y el paseo de la Alameda y la costanera la vertebran. De Ahumada me gustan la plaza de Armas, y el final junto al mercado y los puentes que cruzan el río. Y la estación central y el ambiente estudiantil de viernes por la noche entre plaza Italia -o Baquedano, nunca lo tuve claro- y el cerro, en Bellavista. Y luego está el trayecto hasta Valparaiso, alternándose eriales, viñedos y bosques. Y, también, a Isla Negra. He podido estar en dos de las tres casas de Neruda y no desespero de visitar la tercera.
De Pablo Neruda me encanta Confieso que he vivido. Me gusta por su prosa poética -no podía ser de otra manera- y por la fascinante historia de vida que relata. Memorias selectivas, dice el poeta. Una lectura recomendable para conocer la vida de un hombre que, ciertamente, pudo decir que había vivido: y mucho.